Una gran tormenta se desencadenó a medianoche: rayos, truenos, relámpagos... Nicomedes se removía en el lecho, en su vivienda aneja a la vieja escuela, y Jacobo dormía a su lado en un sillón de mimbre. Espesas cortinas de lluvia caían sobre el pueblo. Los truenos parecían rodar montañas abajo y los relámpagos daban un aspecto fantasmagórico a las ruinas del castillo.
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